Astorga,
la capital
del Oro

Aunque las crónicas oficiales lo silenciaran, el motivo de la conquista militar del Noroeste hispano, el auténtico casus belli más allá de la hostilidad indígena o la consecución de fronteras naturales, fue el control de los veneros auríferos. De esta forma, hacia las décadas finales de la era anterior a Cristo, el cerro amesetado que domina los valles del Tuerto y Jerga y abriría la ruta de El Bierzo y Galicia a estos señores de la guerra, fue escogido para albergar un campamento militar que sirvió de vigía y control de los nuevos dominios y las rutas abiertas para su explotación. La décima legión gemela, o Legio X Gémina, que había tomado parte en las guerras cántabras entre el 29 y el 19 antes de la Era, dio inicio así a la población que con el paso de apenas unas décadas, hacia el 15 d.C. se convertiría en ciudad y, más tarde, en la orgullosa capital administrativa del conventus iuridicus asturum, una franja de terreno entre el mar Cantábrico y el valle del Duero de enorme interés para la metrópoli latina.

Ello ha dado lugar a una riqueza arqueológica abundante, manifiesta tanto en su subsuelo, excavado en los últimos veinte años de forma ininterrumpida, como en algunos monumentos excepcionales aún en pie. Vestigios que reflejan la historia y vitalidad económica de la Asturica romana del siglo I a inicios del III, una encrucijada de las vías que conducían a Galia e Italia y de la Calzada de la Plata, que conectaba con el sur peninsular.

El desplome de la estructura administrativa, política y económica del Imperio romano a partir del siglo III, con el abandono de la explotación estatal de las minas de oro cercanas, desencadenó el abandono o el cambio de patrón urbanístico y social, pero desde el siglo IV Astorga, ahora amurallada, jugaría de nuevo un papel de centinela respecto al trasiego de productos agrícolas y, en el terreno cultural, para la cristianización del Noroeste.